Miedo al Pánico

Miedo al Pánico

“Pan”, el Dios Griego, tenía la afición a asustar a los viajeros desprevenidos que transitaban por sus aledaños y le despertaban de sus siestas. Pan era feo, pequeño, no tenía un aspecto completamente humano y era temido por casi todos los humanos, ya sea por su aspecto, o porque producía unos estridentes gritos que incluso podían producir la muerte a quienes los escuchaban. Esta descripción quizá nos puede dar alguna idea del porqué se asoció la palabra Pánico, que tiene su origen etimológico en aquel horrible Dios griego “Pan”, con el trastorno psicológico con el mismo nombre que produce sensaciones de miedo extremo, incluidos temores por la propia muerte de las personas que lo padecen.

Las crisis de pánico es el aspecto más característico y conocido de este trastorno. Estas crisis (o ataques, como también se les ha llamado) se componen de respuestas fisiológicas del organismo que resultan muy desagradables, y que sobrevienen de manera aguda e inesperada. Lejos de ser algo inusual, las crisis de pánico son experimentadas por muchas personas, realmente son bastante comunes. Se estima que un 30% de la población tendrá o ha tenido al menos una de ellas a lo largo de su vida. Para algunas de las personas que las experimentan, dichas crisis quedan en algo puntual que no se vuelve a repetir, y a lo que no dan mayor importancia. Sin embargo, para otras personas estas experiencias se convierten en un temible antecedente que provoca la aparición de anticipaciones catastróficas, o lo que es lo mismo, un temor de gran intensidad sobre que se vuelva a producir la crisis. Estas crisis o angustiosas experiencias se componen habitualmente de algunas de las siguientes características: latidos fuertes o rápidos del corazón; sudores temblores o sacudidas de brazos o piernas; sensaciones de falta de aire; ahogo o asfixia, sensación de atragantarse, dolor o molestias en el pecho; sensación de vómitos o malestar en estómago, vértigos, mareos o sensación de inestabilidad; sensación de irrealidad o de estar en un sueño; miedo a perder el control; miedo a volverse loco/a; miedo a morir; hormigueo o adormecimiento en cara, manos o pies; escalofríos o sofocaciones (reacciones de frío o calor); y sensaciones de desmayo.

De la misma manera, algunas tras la aparición del miedo a la siguiente crisis, también pueden aparecer evitaciones de actividades que antes realizaban con normalidad. En el peor de los casos, un Trastorno de Pánico puede acabar en un total aislamiento de la persona, llevándola a no querer salir del (presumiblemente) entorno seguro de su propia casa. Al conjunto de evitaciones que habitualmente se producen en este trastorno se les ha venido a llamar agorafobia, la segunda característica importante del Trastorno de Pánico. El número de evitaciones que llega a producirse en la vida de un paciente con este trastorno podría darnos una medida de la gravedad del trastorno de pánico; a mayor evitación agorafóbica, mayor gravedad. Lejos de la concepción popular del término “agorafobia” que se ha atribuido a solo una de los posibles contextos agorafóbicos (estar en un espacio abierto), las evitaciones agorafóbicas más habituales son: ir a centros comerciales; ir a cines o teatros; ir a restaurantes o cafeterías; ir estadios deportivos o recintos similares; viajar en cualquier tipo de transporte público; conducir o viajar en coche; montar en un ascensor; viajar en avión; estar solo/a en casa; los lugares cerrados; las calles o las plazas; estar lejos de casa; estar entre mucha gente, los sitios muy amplios y abiertos (p.ej. la playa); etc.

Hasta aquí, podríamos más o menos entender cómo se produce y se desarrolla este trastorno, pero también es importante saber que no todas las personas tienen la misma probabilidad de padecerlo. Hay una tercera característica importante en el trastorno de pánico, la sensibilidad a las señales interoceptivas, las señales que produce nuestro organismo. Una persona muy sensible a estas señales nota o percibe en exceso y con mucha facilidad cuando se acelera su corazón; cuando baja o sube su temperatura; cuando se tensan sus músculos; cuando respira con mayor frecuencia; cuando hay movimientos en su aparato digestivo, etc. Una crisis de pánico que suele reunir muchas de estas sensaciones internas del organismo, por lo que vivirlas se convierte en una auténtica pesadilla para las personas excesivamente sensibles a sus señales interoceptivas y son más propensas a desarrollar miedo a que se produzca una nueva crisis de pánico.

Una pregunta que podríamos hacernos es la siguiente, ¿cuál es la función de las crisis de pánico, para que sirven? Pues bien, la respuesta podría ser parecida a la que podríamos dar con respecto a otro proceso fisiológica bien conocido como es la fiebre. Las crisis de pánico nos avisan de que algo no va bien en nuestras vidas, que estamos sometiendo a nuestro organismo a un estrés excesivo. Aquí viene la contradicción de este trastorno, lo que en un principio es un mecanismo que está avisando hay que cuidarse, que se debe reducir el estrés que se está acumulando, puede provocar que se entre en un círculo vicioso que incluso puede empujar a la persona a dejar de realizar la mayoría de las actividades que habitualmente realizaba, que nos mantenían relativamente saludables. Como sucede en todos los trastornos psicológicos, la que en un principio es una repuesta protectora del funcionamiento del organismo, se convierte en el desencadenante de una compleja problemática de la que la persona no es capaz de salir, solo con sus medios.

En Tu psicólogo en Alcalá de Henares estamos acreditados, habilitados y tenemos experiencia en el tratamiento del Trastorno de Pánico. No dudes en pedir tu primera consulta gratuita informativa para tratar de buscar soluciones.

Francisco Morato Bermejo
Especialista en Psicopatología, Intervención Clínica y Salud