
La tristeza es una de emociones de las que estamos provistos los seres humanos. Se caracteriza por un decaimiento del estado del ánimo que se acompaña de una reducción significativa en el nivel de la actividad de la persona, y la aparición de sensaciones de malestar, cuya experiencia subjetiva oscila entre la congoja leve y la pena intensa. Junto con la ira, el miedo, el asco y la alegría, forman el quinteto de las emociones más reconocibles y reconocidas, por lo que se han venido a llamar el grupo de emociones primarias o básicas. Las emociones son reacciones del organismo a estímulos que se producen en las interacciones con su entorno. La intensidad de cada reacción depende de la magnitud del estímulo que provocó la emoción, de las experiencias previas con estímulos parecidos, de expectativas sobre el desarrollo de los acontecimientos posteriores, etc…
Cuando experimentamos tristeza, se puede observar una atenuación de los niveles de actividad de la persona, como si se buscara economizar recursos. También aparece un esfuerzo de análisis del significado y características del objeto perdido. Por otro lado, una conducta habitual a la que conduce la tristeza es la búsqueda de apoyo social, apoyo que se ve facilitado porque, como sucede con las demás emociones, promueve su evocación en los demás. En un nivel orgánico la tristeza se presenta con actividad neurológica elevada y sostenida; un ligero aumento en la frecuencia cardiaca y la presión sanguínea; y alteraciones en la frecuencia y amplitud respiratoria que pueden derivar en hiperventilación. Por último, en cuanto a su manifestación comunicativa, aunque puedan existir algunas diferencias culturales, casi todas las personas saben detectar con facilidad cuando una persona se encuentra triste (por sus gestos, su posición, su postura, su forma de moverse…).
La respuesta emocional de tristeza se asocia lingüísticamente con palabras como: aflicción, lástima, pesimismo, autocompasión, melancolía, desaliento, decepción, sufrimiento, derrota, abandono, desesperanza, pena, duelo, soledad, depresión o nostalgia. Sin embargo, el desencadenante, lo que siempre antecede a la respuesta emocional de tristeza es una pérdida o la sensación de haber perdido algo. Está pérdida se puede presentar de innumerables formas. Podemos perder desde un pequeño objeto insignificante, hasta algo muy, muy importante. De hecho, la importancia, el apego, la cercanía, la cotidianidad, o el contacto, serán algunos de los aspectos del objeto perdido que afectarán al nivel de la respuesta de tristeza. Por tanto, sentimos tristeza cuando perdemos las llaves; cuando perdemos un tren; cuando perdemos el trabajo; cuando perdemos una amistad, o su confianza, o su aprecio; cuando nos separamos de nuestra pareja o de un familiar; o cuando perdemos una ilusión o la esperanza. En resumen, una separación física o psicológica; un fracaso o una decepción; una situación de indefensión (ausencia de predicción o control), o la disminución o ausencia de actividades reforzantes, son situaciones en las que es más probable que aparezca la tristeza.
Situándonos en el presente de la situación que estamos viviendo durante la crisis sanitaria del COVID-19, Coronavirus o SARS-COV-2, es fácil imaginar cuantas veces hemos (y vamos) a estar expuestos a posibles pérdidas. Es muy probable que muchas personas, durante el tiempo que dure la crisis, tendrán un aumento significativo de experiencias de pérdida que les harán sentir tristeza. La tristeza tiene una función adaptativa fundamental de integrar, acomodar y reconstruir la pérdida que estemos experimentando. La tristeza va a ser necesaria, a la misma vez que será ineludible en numerosos momentos, mientras dure la crisis. Sin duda, las mayores pérdidas que podamos experimentar durante esta crisis, serán las pérdidas de personas cercanas por su fallecimiento. En este caso, es cuando de manera técnica llamamos al proceso de adaptación a una pérdida, duelo. El fallecimiento de un ser querido tiene bastante de diferente con cualquiera de las otras pérdidas que podamos sufrir a lo largo de nuestras vidas. Es diferente simplemente por el hecho de que no vamos a poder recuperar el objeto perdido, se ha perdido para siempre. Por eso es conveniente solamente denominar duelo a este proceso consecuente a la perdida de una persona que considerábamos importante, porque es un proceso específico que se produce tras una pérdida por fallecimiento. El duelo, es un proceso natural y normal en el ser humano. Para facilitar el proceso de duelo el ser humano ha elaborado históricamente una serie de estrategias, rituales, costumbres y ceremonias, que se reproducen con algunos parecidos y diferencias en las diversas culturas y regiones del mundo. Sin embargo, también se podría decir que hay un duelo diferente por cada pérdida que se produce en el mundo, cada duelo tiene algo de diferente, porque cada persona doliente se ha forjado de manera diferente, y porque cada fallecimiento y lo que significa para dicha persona es un fenómeno único.
En algunas ocasiones, este proceso de duelo no tiene el desarrollo esperado o deseable, haciendo sufrir de manera excesiva a la persona que lo experimenta llevándola altos niveles de desesperanza; se alarga demasiado en el tiempo; o produce demasiados desajustes o dificultades en su vida; a estos casos los denominamos en psicología “duelos complicados”. Los duelos complicados aparecen si se dan ciertas circunstancias; se han reconocido diferentes factores de riesgo para que un duelo se pueda convertir en un duelo complicado:
– Muertes repentinas, inesperadas o en circunstancias especiales (suicidios, asesinatos, muertes súbitas…).
– Pérdidas múltiples de personas significativas en un mismo suceso o en un mismo periodo de tiempo.
– Pérdidas inciertas, como cuando no aparece el cadáver o la persona ha desaparecido.
– Personas dolientes en edades especialmente sensibles, ya sean tempranas (niñez o adolescencia) o tardías (personas mayores).
– Muerte tras una larga enfermedad grave y terminal.
– Historia previa de duelos difíciles, depresiones u otros trastornos emocionales.
– Tener importantes dificultades socioeconómicas o formar parte de la población en riesgo de exclusión social.
– Vivir en soledad, tener o percibir poco apoyo social en el entorno.
– Imposibilidad para cumplir con los ritos religiosos o espirituales de despedida.
– Que ocurran otras dificultades concurrentes con el duelo; laborales, económicas, judiciales….
Se puede comprobar, lamentablemente, que en los fallecimientos sucedidos durante el periodo de confinamiento se podrían cumplir con facilidad varios de los factores de riesgo señalados, por lo que es de esperar que pueda haber un aumento de casos de personas con duelos complicados en los próximos meses, en la misma proporción en que van a existir un mayor número de factores de riesgo en los contextos de fallecimientos y duelos durante y tras la crisis sanitaria que estamos padeciendo. En experiencias anteriores que puedan tener parecido con lo que estamos viviendo estas últimas semanas, tras diversas investigaciones, se ha podido comprobar que es conveniente que se realice un trabajo de prevención con las personas dolientes en este tipo de excepcionalidades, algo que parece puede disminuir el número de personas afectadas por problemas emocionales derivados de un proceso desadaptativo de duelo.
Si en algún momento deseas tener más información sobre la temática de este post, o tienes alguna preocupación ya sea en primera persona, o sobre alguien cercano a ti que pudiera estar en riesgo de padecer duelo complicado, no dudes en contactar con nosotros, estamos aquí para ayudarte.
Francisco Morato Bermejo
Especialista en Psicopatología, Intervención Clínica y Salud